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La vieja gorda nena sobresalía en el cuarto, sudorosa y cansada. Se había pasado horas ordeñando sin parar, pero aún así, sentía que necesitaba más. Una satisfacción, una emoción, algo que le dijera que todo lo que hacía tenía algún significado. Algo que le entregara lo que estaba buscando. Justo en ese momento oyó unos pasos detrás de ella. Su hijo entró en el cuarto y le arrojó una mirada cargada de deseo. Finalmente encontraba lo que estaba buscando, el sexo duro. El joven se sacó la ropa rápidamente y abrazó a su madre con desenfreno. Ella se sintió como si estuviera siendo empujada desde el cielo. Sus cuerpados se acunaron en una rítmica danza, un masaje repleto de placer sexual. Ambos entraron en un túnel iluminado por la luz de sus deseos más ardientes, sus cuerpos se estremecían con cada uno de los suspiros que soltaban. El éxtasis fue liberándose lentamente entre besos y gemidos, hasta que se sumergieron en un sueño dulce, ajenos al mundo que los rodeaba.